Luego de gastar gran parte de los últimos días en diligencias que exige nuestro gran (?) sistema de salud, el martes a las 5PM estaba camino a mi casa a empacar alguna camiseta roja con la que pudiera entrar al Campín a ver al más grA/Nde. Me montaba a las 8 de la noche en un bus con rumbo a la capital, a la Bogotá Verdolaga.
Luego de un viaje sin contratiempos, desperté entrando a la ciudad, más verde que nunca, pues las camisetas del equipo del país invadían las frías y grises calles. Empecé a cantar, a un volumen que con seguridad mis vecinos viajeros escuchaban: "Despertás y ya sabés, no es un día más, es un día especial..."
Un antiguo edificio del seguro social, en un barrio parecido a alguno de nuestra Medellín, me recibía ese día de final. Luego de descansar un par de horas me contacté con mis hermanos de @PasiónVerde2008 viajeros, que llegaban en avión, o que ya estaban en la capital.
Debía recorrer gran parte de la ciudad para encontrarme con ellos, y mientras lo hacía de pie en el transmilenio -viendo como no le cedían el puesto a señoras embarazadas, ancianos o con niños en brazos- me preguntaba: ¿Dónde están los rojos? ¡que alguien les diga que hoy juegan una final! Pasaron más de 7 horas, cambiando de estratos socioeconómicos, para que viera una camiseta del subcampeón, mientras que en el mismo tiempo, se dibujaba una sonrisa enorme en mi rostro cada vez que veía la gloriosa verdolaga.
Tras reunirme con mis hermanos Jorge, Mauro, Nando y Cata, y gracias a gestiones y contactos de nuestra chica en el viaje, nos encontramos con unos amigos capitalinos, verdolagas de corazón, que nos vendieron las boletas, muy lindas por cierto; sin duda alguna, querían que el campeón la dejara para el recuerdo. Oriental general norte, allá íbamos.
Ya cerca al estadio, y luego de risas causadas por los disfraces de leones, nos preparábamos para enfrentarnos al contacto con hinchada y policía roja. Preparamos un poco nuestro acento "rolo", que no nos salía muy natural, por lo que sólo nos limitábamos a frases cortas, respuestas con monosílabos, y uso de prefijos como "re" (refrío, rechévere), "paila", entre otras.
Empezamos a hacer la larga fila, y nos sentimos intimidados de inmediato por las miradas que nos hacían, y por comentarios como: "están sacando paisas de la fila". Nuestro camuflaje fue unas carpas rojas, y nuestro escudo fue una bandera de Santa fe -debimos comprarla- que nadie quería ondear, pero que teníamos que hacerlo.
Aproximadamente dos horas y media de fila, de tensión, de ver pasar gente buscando paisas, de hablar rolo, de ver cómo golpearon a un par de motociclistas (probablemente verdes), de sufrir, con el único consuelo de que cuando estuviéramos adentro, nos íbamos a encontrar con muchos camisetas blancas, de corazón verdolaga, con los que pudiéramos estar más tranquilos... ¡qué equivocados estábamos!
Tras superar los dos primeros anillos, de pésima organización y logística, sin requisa alguna, corríamos a la entrada, llenos de ansiedad. Los equipos estaban en la cancha, y nosotros aún por pasar el último anillo. Me traicionaron los nervios, pues escuché "claramente" un "¡Vamos, vamos mi verde, que esta noche, tenemos que ganar!" y fue muy emocionante. Sin embargo, era mi mente jugando conmigo, quizás lo que yo quería que pasara, puesto que el panorama al ver la cancha era desconsolador y aterrador: Estábamos rodeados de hinchas rojos, esa isla de camisetas blancas que creía iba a encontrar no estaba por ningún lado, sólo estábamos nosotros 5 y teníamos que mantenernos fuertes y juntos.
Empieza el partido, y con él, de las dos horas más complicadas que he vivido jamás, pues debíamos aplaudir las llegadas del equipo capitalino, silbar las llegadas de nuestros verdes, gritar "hijueputa" en cada saque del gran Armani... Estar allá era un sueño, que por momentos parecía pesadilla.
Trataba de camuflarme, de ser uno más de "ellos", pero al parecer Cata y yo no lo estábamos haciendo bien, pues alguien al lado, que llamaré "Juan", nos dijo: "¿ustedes que están tan callados es que son de Nacional?" afortunadamente, una jugada de peligro nos salvó de tener que responderle; sólo hicimos movimientos con la cabeza.
El primer gol de Nacional
La jugada de la fiera no la vi muy bien, pero supe que era gol porque se movió la red, por el silencio sepulcral del Campín, por las manos en la cabeza de los rojos alrededor -que tuvimos que imitar- y por la celebración del equipo. Mi reacción fue agacharme mirando al piso, apretar el puño muy fuerte diciendo "¡bien, Vamos mi verde!", sonreír lo más que pude, y levantarme con cara triste nuevamente.
Cada llegada de Nacional era así, apretando el puño; pero cada llegada de Santa fe lo apretaba más, con la diferencia que tenía que tratar de hacer el intento de aplaudir al final de la misma, cuando el balón salía por encima, o Franco tapaba una jugada de peligro, y se escuchaba "uuuuuuuuy".
Tuve tres momento de relativa relajación. Cuando empezaron a cantar: "Volveremos volveremos, volveremos otra vez, volveremos a ser campeones, como la primera vez" porque lo grite con toda; cuando escuché "Vamos santafezote" porque me tocó agacharme nuevamente a reírme (todavía me acuerdo y me causa mucha gracia); y en el entretiempo, que nos sentamos y respiramos profundo.
Para empezar el segundo tiempo, desplegaron la bandera gigante, la cual halamos con mucha fuerza, "ayudando" a que se extendiera, y tan pronto la recogieron, empecé a mirar el reloj. Mi cara de preocupación en ese momento era real, quería que el tiempo avanzara y el partido se terminara, mientras veía los demás asistentes con cara de miedo y queriendo que el reloj parara.
Estábamos detrás del arco en el que atacaba Nacional, por lo que sufríamos cada llegada. Miraba demasiado el tablero electrónico (detrás de nosotros), y no pasaba el tiempo. Recuerdo muy puntualmente el minuto 63:05, luego vi un montón de llegadas de santa fe, y al volver a ver el tablero, estaba en 63:50.
Cada llegada de Nacional hacía sufrir a los hinchas de ellos, pero más a nosotros, especialmente cuando en el balón de Duque que mandó por encima, Juan (el que nombré arriba en la historia) gritó: "Gol hijuep" y se tapó la boca. ¡Era hincha del verde! Pero ahora estaba en cierto peligro, pues varios rojos se dieron cuenta, y uno en especial empezó a gritar: "hoy voy a matar un paisa, y lo tengo al lado".
El gol del "Mosco"
Mauro seguía ondeando la bandera del "Santafezote", ¡un varón definitivamente! Jorge se confundía entre "ellos" y hasta un amigo hizo; Nando muy parco se mostraba calmado; Cata mordiéndose los cachetes para no decir nada. En ese punto la situación estaba muy tensa, y un apretón de manos entre Cata, Jorge y yo nos ayudó a aguantar. Recuerdo el cambio de frente, todos diciendo "ay no", el pase al centro, el balón entrando lentamente... ¡Gol de verde, éramos campeones! Jorge se agachó, me agaché al lado para "acompañarlo en su dolor", pero estábamos felices. Abracé a Cata, que estaba sentada, y le dije "¡Somos campeones!"
Ya sólo faltaba que se acabara el partido para celebrar. Dijimos que íbamos a aguantar hasta que se vaciara un poco la tribuna, mientras veíamos y les gritábamos a muchos que estaban abandonando "¡váyanse!" en acento rolo (nos salió muy natural).
Todo el sentimiento reprimido pudo salir a flote cuando vimos cerca a nosotros un grupo cantando canciones de Nacional. Me aseguré que no fuera a ser mi cabeza nuevamente jugándome otra mala pasada, y cuando tenía la certeza que eran hermanos verdolagas, le dije a Jorge que fuéramos. Nos acercamos con sigilo y en ese momento nuestra sed de título llegó a un oasis de fiesta y alegría.
Fue llegando más gente de corazón verdolaga, y ahora sí podíamos gritar, abrazarnos, celebrar. ¡Éramos campeones! ¡Campeones en el Campín! No nos importaba más, ni siquiera las cosas (piedras, tubos) que nos tiraron los hinchas de Santa fe que quedaban en la tribuna o afuera. Todo era felicidad, todo era alegría. El equipo del país celebrando y nosotros ahí.
Hay que agradecer algo a los hinchas cardenales que nos tiraron piedra a la salida, pues por ellos fue que nos tocó devolvernos para la tribuna y pudimos ir hasta la cancha, esa misma en la que había rodado el balón y que era testigo de nuestro triunfo. El momento en el estadio terminó luego de algunos saludos y cánticos a los jugadores que seguían con nosotros, y del abuso policial que sufrimos, pues aunque nos expresamos amable y respetuosamente, no tuvimos el mismo trato... Sin embargo, nada importaba. Éramos campeones.
Nos quedó la nostalgia de no estar en Medellín celebrando, pero coincidimos que no cambiamos por nada ese momento que vivimos, ya que a pesar de endeudarnos para viajar, comprar boleta, bandera de Santa fe, etc; vimos a nuestro equipo salir campeón, de una forma en que no muchos cuentan la historia.
Luego de un viaje sin contratiempos, desperté entrando a la ciudad, más verde que nunca, pues las camisetas del equipo del país invadían las frías y grises calles. Empecé a cantar, a un volumen que con seguridad mis vecinos viajeros escuchaban: "Despertás y ya sabés, no es un día más, es un día especial..."
Un antiguo edificio del seguro social, en un barrio parecido a alguno de nuestra Medellín, me recibía ese día de final. Luego de descansar un par de horas me contacté con mis hermanos de @PasiónVerde2008 viajeros, que llegaban en avión, o que ya estaban en la capital.
Debía recorrer gran parte de la ciudad para encontrarme con ellos, y mientras lo hacía de pie en el transmilenio -viendo como no le cedían el puesto a señoras embarazadas, ancianos o con niños en brazos- me preguntaba: ¿Dónde están los rojos? ¡que alguien les diga que hoy juegan una final! Pasaron más de 7 horas, cambiando de estratos socioeconómicos, para que viera una camiseta del subcampeón, mientras que en el mismo tiempo, se dibujaba una sonrisa enorme en mi rostro cada vez que veía la gloriosa verdolaga.
Tras reunirme con mis hermanos Jorge, Mauro, Nando y Cata, y gracias a gestiones y contactos de nuestra chica en el viaje, nos encontramos con unos amigos capitalinos, verdolagas de corazón, que nos vendieron las boletas, muy lindas por cierto; sin duda alguna, querían que el campeón la dejara para el recuerdo. Oriental general norte, allá íbamos.
Ya cerca al estadio, y luego de risas causadas por los disfraces de leones, nos preparábamos para enfrentarnos al contacto con hinchada y policía roja. Preparamos un poco nuestro acento "rolo", que no nos salía muy natural, por lo que sólo nos limitábamos a frases cortas, respuestas con monosílabos, y uso de prefijos como "re" (refrío, rechévere), "paila", entre otras.
Empezamos a hacer la larga fila, y nos sentimos intimidados de inmediato por las miradas que nos hacían, y por comentarios como: "están sacando paisas de la fila". Nuestro camuflaje fue unas carpas rojas, y nuestro escudo fue una bandera de Santa fe -debimos comprarla- que nadie quería ondear, pero que teníamos que hacerlo.
Aproximadamente dos horas y media de fila, de tensión, de ver pasar gente buscando paisas, de hablar rolo, de ver cómo golpearon a un par de motociclistas (probablemente verdes), de sufrir, con el único consuelo de que cuando estuviéramos adentro, nos íbamos a encontrar con muchos camisetas blancas, de corazón verdolaga, con los que pudiéramos estar más tranquilos... ¡qué equivocados estábamos!
Tras superar los dos primeros anillos, de pésima organización y logística, sin requisa alguna, corríamos a la entrada, llenos de ansiedad. Los equipos estaban en la cancha, y nosotros aún por pasar el último anillo. Me traicionaron los nervios, pues escuché "claramente" un "¡Vamos, vamos mi verde, que esta noche, tenemos que ganar!" y fue muy emocionante. Sin embargo, era mi mente jugando conmigo, quizás lo que yo quería que pasara, puesto que el panorama al ver la cancha era desconsolador y aterrador: Estábamos rodeados de hinchas rojos, esa isla de camisetas blancas que creía iba a encontrar no estaba por ningún lado, sólo estábamos nosotros 5 y teníamos que mantenernos fuertes y juntos.
Empieza el partido, y con él, de las dos horas más complicadas que he vivido jamás, pues debíamos aplaudir las llegadas del equipo capitalino, silbar las llegadas de nuestros verdes, gritar "hijueputa" en cada saque del gran Armani... Estar allá era un sueño, que por momentos parecía pesadilla.
Trataba de camuflarme, de ser uno más de "ellos", pero al parecer Cata y yo no lo estábamos haciendo bien, pues alguien al lado, que llamaré "Juan", nos dijo: "¿ustedes que están tan callados es que son de Nacional?" afortunadamente, una jugada de peligro nos salvó de tener que responderle; sólo hicimos movimientos con la cabeza.
El primer gol de Nacional
La jugada de la fiera no la vi muy bien, pero supe que era gol porque se movió la red, por el silencio sepulcral del Campín, por las manos en la cabeza de los rojos alrededor -que tuvimos que imitar- y por la celebración del equipo. Mi reacción fue agacharme mirando al piso, apretar el puño muy fuerte diciendo "¡bien, Vamos mi verde!", sonreír lo más que pude, y levantarme con cara triste nuevamente.
Cada llegada de Nacional era así, apretando el puño; pero cada llegada de Santa fe lo apretaba más, con la diferencia que tenía que tratar de hacer el intento de aplaudir al final de la misma, cuando el balón salía por encima, o Franco tapaba una jugada de peligro, y se escuchaba "uuuuuuuuy".
Tuve tres momento de relativa relajación. Cuando empezaron a cantar: "Volveremos volveremos, volveremos otra vez, volveremos a ser campeones, como la primera vez" porque lo grite con toda; cuando escuché "Vamos santafezote" porque me tocó agacharme nuevamente a reírme (todavía me acuerdo y me causa mucha gracia); y en el entretiempo, que nos sentamos y respiramos profundo.
Para empezar el segundo tiempo, desplegaron la bandera gigante, la cual halamos con mucha fuerza, "ayudando" a que se extendiera, y tan pronto la recogieron, empecé a mirar el reloj. Mi cara de preocupación en ese momento era real, quería que el tiempo avanzara y el partido se terminara, mientras veía los demás asistentes con cara de miedo y queriendo que el reloj parara.
Estábamos detrás del arco en el que atacaba Nacional, por lo que sufríamos cada llegada. Miraba demasiado el tablero electrónico (detrás de nosotros), y no pasaba el tiempo. Recuerdo muy puntualmente el minuto 63:05, luego vi un montón de llegadas de santa fe, y al volver a ver el tablero, estaba en 63:50.
Cada llegada de Nacional hacía sufrir a los hinchas de ellos, pero más a nosotros, especialmente cuando en el balón de Duque que mandó por encima, Juan (el que nombré arriba en la historia) gritó: "Gol hijuep" y se tapó la boca. ¡Era hincha del verde! Pero ahora estaba en cierto peligro, pues varios rojos se dieron cuenta, y uno en especial empezó a gritar: "hoy voy a matar un paisa, y lo tengo al lado".
El gol del "Mosco"
Mauro seguía ondeando la bandera del "Santafezote", ¡un varón definitivamente! Jorge se confundía entre "ellos" y hasta un amigo hizo; Nando muy parco se mostraba calmado; Cata mordiéndose los cachetes para no decir nada. En ese punto la situación estaba muy tensa, y un apretón de manos entre Cata, Jorge y yo nos ayudó a aguantar. Recuerdo el cambio de frente, todos diciendo "ay no", el pase al centro, el balón entrando lentamente... ¡Gol de verde, éramos campeones! Jorge se agachó, me agaché al lado para "acompañarlo en su dolor", pero estábamos felices. Abracé a Cata, que estaba sentada, y le dije "¡Somos campeones!"
Ya sólo faltaba que se acabara el partido para celebrar. Dijimos que íbamos a aguantar hasta que se vaciara un poco la tribuna, mientras veíamos y les gritábamos a muchos que estaban abandonando "¡váyanse!" en acento rolo (nos salió muy natural).
Todo el sentimiento reprimido pudo salir a flote cuando vimos cerca a nosotros un grupo cantando canciones de Nacional. Me aseguré que no fuera a ser mi cabeza nuevamente jugándome otra mala pasada, y cuando tenía la certeza que eran hermanos verdolagas, le dije a Jorge que fuéramos. Nos acercamos con sigilo y en ese momento nuestra sed de título llegó a un oasis de fiesta y alegría.
Fue llegando más gente de corazón verdolaga, y ahora sí podíamos gritar, abrazarnos, celebrar. ¡Éramos campeones! ¡Campeones en el Campín! No nos importaba más, ni siquiera las cosas (piedras, tubos) que nos tiraron los hinchas de Santa fe que quedaban en la tribuna o afuera. Todo era felicidad, todo era alegría. El equipo del país celebrando y nosotros ahí.
Hay que agradecer algo a los hinchas cardenales que nos tiraron piedra a la salida, pues por ellos fue que nos tocó devolvernos para la tribuna y pudimos ir hasta la cancha, esa misma en la que había rodado el balón y que era testigo de nuestro triunfo. El momento en el estadio terminó luego de algunos saludos y cánticos a los jugadores que seguían con nosotros, y del abuso policial que sufrimos, pues aunque nos expresamos amable y respetuosamente, no tuvimos el mismo trato... Sin embargo, nada importaba. Éramos campeones.
Nos quedó la nostalgia de no estar en Medellín celebrando, pero coincidimos que no cambiamos por nada ese momento que vivimos, ya que a pesar de endeudarnos para viajar, comprar boleta, bandera de Santa fe, etc; vimos a nuestro equipo salir campeón, de una forma en que no muchos cuentan la historia.